domingo, 6 de abril de 2014

Chufas.

Marcando todas las horas, muerden venenos enraizados, incrustados entre cada capilar colapsado de horchata. Rechazan intentos de volverse más calientes, ni incendio ni conato, ni llama ni brasa. Turbio y templado corre el zumo de las chufas, avergonzado de atravesar aurículas que otrora esculpían cada chorro, llenándolo todo de vida.

Sistema sin potencia, que de no ser por el natural deseo de mantenerse latente, habría completado su absoluta decadencia.

Tan gris, tan… sin sal.

Por suerte, la narrativa es lejana y antigua. Es memoria de otros tiempos, es memoria de otros meses, el pasaje caducado de la biblia de alguien demasiado acostumbrado. Como propenso a levantarse, a travesarse la carne adyacente a sus heridas con la aguja de la ira producida por haber masacrado el tiempo con inútiles lamentos. Resuena en nuevos pasos rápidos, movidos por el deseo de retomar lo perdido, deudores de una vida que no merece celebrar ni tan solo una derrota.

Hervir la horchata. Vengarlo todo. Sentir el magma temblar a cientos de kilómetros bajo tus pisadas. Que si hubiese un Dios, nos diera el alto. Le temblara la mirada ante la imagen de alguien sujetando al sol en el ocaso.

Todo.


Absolutamente todo por hacer.