viernes, 4 de enero de 2013

Viva el baloncesto y la plaza de la Constitución

Mucho antes de saber hacer un ocho (con una cuerda, que con un boli aún me cuesta), era yo un chaval cualquiera, de los que llevaban rodilleras, se encaprichaban con los chándales del tal nike, no perdonaba la merienda y, con toda mi cara de bollo, jugaba al baloncesto en la Plaza de la Constitución.

Jamás, en veinte años, recuerdo que esas canchas, por así llamarlas, estuvieran en perfecto estado, sin contar con que en las canastas hubieran redes, rara era la época que el cuadro no estaba torcido, o el aro desplomado.


Pero nos daba igual, y si a lo largo se jugaba al baloncesto, o se utilizaba únicamente una de las canastas para poder jugar más a la vez, ante la algarabía de muchachos; a lo ancho, entre sudaderas y mochilas, otros jugaban al fútbol o incluso al frontón con aquél cartel de prohibida la entrada a menores de ocho años presidiéndolo todo en la fachada del bloque que hacía esquina.


Siempre me pregunte, incluso cuando aún creía en Dios, fijaos si hace, por qué eran ilegales los chavales grandotes que pasaban las tardes de los sábados en una de las canastas sudando como un pueblerino en el metro. Por qué no podían ellos aprovechar unas canastas con medidas reglamentarias, si allí no había niños ese día sin tener que pensar en el cenutrio que se le había ocurrido colocar aquel cartel inútil. Hacía tiempo que en la sociedad había muerto el sentido común, y las señales, carteles y leyes estúpidas pretendían acorralar al ciudadano.


Crecimos, cambiamos de hábitos, se puede decir que incluso maduramos. Oliver y Benji, los Rugrats o el inspector Gadget se verían acuchillados por una pandilla de muñecos ridículos del Japón, por aberraciones que nuestras generaciones venideras aprenderían como nuestros padres se aprendieron los Reyes Godos.

Pero allí seguía, la plaza de la Constitución. 

Y a ella volvimos, de quedar en el cole pasamos a quedar en el instituto, llamándonos al fijo de casa, por sms, por el messenger, por el tuenti e incluso, por el jodido Wasap ese. Y las épocas de partidillos en Filiberto se alternaban con las épocas del tres contra tres, o el cinco contra cinco a cancha completa en la de la plaza de la Constitución.


Eso estaba ahí. 


Hasta que volví hace dos semanas,


Los de siempre, la pandilla. Me crucé por la calle con el triplista, y tras la conversación banal, salieron las ganas. -¿Un basket o qué? -Pues claro tío, hablamos esta semana. Pero a las dos horas me tiraron en plan, - Pero que dices tío, ¿No sabes que ahora es un parking?


Mi gozo, en un pozo. Que me entristezca tal cosa, es algo lógico, como el que echa de menos la casa de la que se muda. Pero quería saber el por qué.


NO HAY POR QUÉ. 


Una animalada más, como tantas otras. Encima de la misma linea de seis veinticinco han delimitado el parking, líneas amarillas se cruzan con líneas azules y ellos, y su neurona compartida, han decidido, que qué mejor viene en un parking que una fuente de granito. 


Sois una mafia. Putrefacta. No sé ahora quién de vosotros es el que necesitaba aparcar, ni a qué primo vuestro le jodían los posibles balonazos que pueden darte al coche desde una cancha de baloncesto, ni que vendedor de granito necesitaba de vuestros favores. 


Sé que habéis vuelto actuar con vuestro pene por delante. Sin proyecto. Sin programa. 


Improvisando.


Ojalá vuestros hijos y vuestros nietos, no puedan nunca jamás disfrutar de meter un triple en una cancha callejera. En una cancha libre. En una cancha de las que te enorgulleces de tener cerca. 


Aparcad bien, al menos, y allá os lleve la parca a tomar por el culo cuanto antes. Pues claro está que esta tendencia no acaba nunca, si no es que dejáis de vivir.


A la mierda con ustedes.

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